El ser humano, idealista al concebir la vida y concebirse a sí mismo, crea una expectativa casi inalcanzable de los grandes logros. El deseo de las "grandes cosas", los grandes éxitos, los grandes amigos, los grandes enemigos, los grandes aciertos, los grandes fracasos, los grandes seres humanos, los grandes profesionistas, los grandes inversionistas, los grandes amores y desamores.
Pero que hay de las pequeñas cosas? De los pequeños detalles...de los pequeños placeres, de las pequeñas charlas, de los fugaces y encantadores besos, de esos instantáneos paisajes, olores y sabores. De esos horizontes en donde el verde de los campos casi se huele, en donde el rojo naranja del atardecer casi quema la piel y los ojos; en donde los azules y verdes del mar que se mezclan con el violeta del cielo, o las aguas oscuras de un río convertido en espejo del arco iris. Acaso se nos olvidan, ¿acaso están amenazados con desaparecer?, ¿acaso se ven amenazados porque nos parecen poco?
Si llenamos una bolsa de las pequeñas cosas tendremos un gran tesoro, sobre el que podemos volver y volver para disfrutarlo. Sentiríamos que se esboza esa sonrisa del recuerdo. Pero si tratamos llegar a ser grandes seres humanos, con grandes posesiones, podremos caer en la cuenta de que tenemos nada en nuestras manos, o a caso un puñado de sueños y fantasías que nos ha desgastado tratar de conseguir. Llegará el día en que caigamos en la cuenta de que el tiempo se nos ha acabado y todas las pequeñas cosas que parecían suceder sin más no las apreciamos en su momento. Ya no pueden formar parte de nuestra vida, de nuestras experiencias y recuerdos. Entonces nos arrepentimos de haber sido tan ciegos, sordos y mudos. Aquella bolsa que se nos regaló al nacer nunca la pudimos llenar.
Marcela Saeb Lima